sábado, 7 de noviembre de 2009

Día XXXIII

Wangulén

Otra noche mas de tormentoso silencio, ¡como extraño el ruido de mis cuatro paredes!.

Los tiempos han cambiado, las batallas son distintas, mi cuerpo se hace mas viejo y pesado, y mientras yo voy llegando al final del ascenso en mi parábola, Kuyén y Antú recién comienzan la cuesta arriba. Ahora tienen mas responsabilidades, ahora tienen mas ocupaciones, ya no pasamos tanto tiempo juntos, he sabido respetar su espacio pero sin dejar de ser parte de ellos. Ahora cada uno tiene sus propios amigos y sus propias inquietudes generacionales, pero siguen siendo tan unidos como siempre. Y mientras Kuyén sigue soñando y Antú derrochando energía, sentimos que falta un espacio por llenar.

Quizás por eso los espíritus nos bendijeron con la llegada de Wangulén. Ella se ha convertido en el marco de fondo de nuestras vidas, está en todos y cada uno de nosotros, derrochando tanta energía como el Sol y a la vez irradiando tanta paz como la Luna. ¿Será que nosotros estamos en ella y no al revés? Ella está en el punto de equilibrio en el que convergen Kuyén y Antú cuando están juntos, está siempre presente, de día y de noche, como las estrellas del firmamento, siempre a nuestro alrededor, llenando cada espacio del universo. Es el centro de nuestro universo, y a la vez cada parte de el. Heredó la alegre risa de Antú, la mirada soñadora de Kuyén y la dulce ternura de mi esposa. Míos serán la constancia, el trabajo, la paciencia y el espíritu de servicio que yo mismo heredé de mi padre y de mi madre.

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